En este siglo de la información instantánea, esta increíble riqueza de conocimientos, resultado de nuestro legado evolutivo, está a nuestra disposición como nunca antes lo estuvo. Si somos capaces de aprovecharlo con inteligencia, podremos disfrutar de todas las posibilidades para nuestra verdadera expansión personal. Es realmente un privilegio encontrarnos en la Tierra en este momento de tanto saber, de tanta riqueza de conocimientos. Aprovechémoslo con sabiduría. Es un momento de empezar a salir de la cultura del tener y entrar en la del ser. Ser persona, cuidar de nuestros valores más fundamentales y desde ahí, abrirnos a la inmensidad de cuanto somos.
Esta gigante creación de conocimientos se disipa, se nos desvanece y desfallece sin la unión de los tres pilares de cuerpo-mente y espíritu. Como escribió Ken Willber. “los humanos ven con los ojos del cuerpo, los ojos de la mente y los ojos del alma”. ¿Por qué seguimos obviando este último? Realmente podría ser ignorancia, podría ser desconocimiento existencial o estamos confundiendo los aspectos religión y espiritualidad. La religión es una decisión libre y exclusiva de cada individuo. La espiritualidad señala a esa búsqueda imprescindible de sentido a nuestras vidas, algo sin lo cual no podemos avanzar en la dirección adecuada. Y el ser humano de este siglo precisa de esta inteligencia Transpersonal de recursos internos para resolver la complejidad y la exigencia social que se demanda. Aprovechemos dando sentido a la multiplicidad de enfoques desde lugares y épocas tan diversos e integremos creatividad, inteligencia y conciencia para construir un camino de paz, armonía y sencillez. Se requiere la voluntad de profundizar un poquito más en nosotros mismos para alcanzar esa comprensión que llega no desde la mente, no exclusivamente de lo puramente racional sino desde actitudes de benevolencia, de amor y de compasión. Prácticas basadas en estas actitudes que están siendo adaptadas y utilizadas en medicina, educación, psicoterapia, solución de conflictos e incluso a nivel empresarial.
¿De qué sirve una mente lúcida si no está unida a un corazón delicado?
O, como escribió Whalt Withman: “Soy más grande de lo que creía! Ignoraba que fuera depositario de tanta bondad!